En esa época yo me iba de raite a la escuela con S, que vivía en el mismo cerro que yo (neta era un cerro, bueno pues, una colina). Esa mañana, mi amiga no encontraba por ningún lado uno de sus lentes de contacto y como estaba bien cegatas, salir de la casa sin ellos no era una opción, así que se quedó en casa hasta encontrarlos, cosa que sucedió como 45 minutos después de la hora de entrada a la escuela.
Osea, el plan era infalible; el bato se sentiria conmovido, daría gracias a dios que nosotros no corrimos con la misma suerte, nos preguntaría si no nos habíamos lastimado, nos recomendaría ser más cuidadosas al manejar y nos aplicaría el examen sin problemas, con suerte hasta nos daría unos dias para recuperarnos del susto y estudiar.
No fue así. El güey, que parecía vikingo (era pelirrojo, altote, con bigote y usaba botas vaqueras), nos citó para más tarde en la sala de maestros. Primero hizo pasar a S, le preguntó el color del otro carro involucrado en el accidente y si era hombre o mujer quien iba manejando, ella contestó que el carro era azul y que era mujer quien conducía, mientras le rezaba a todos sus santos que yo contestara lo mismo.
Cuando llegó mi turno, consciente de que ya nos había llevado la chingada, decidí expandir mis posibilidades de atinarle a la respuesta de mi cómplice y conteste así:
- ¿Cómo que chocaron y no te fijaste en el color del carro?
- No, ps no, yo venía leyendo mis apuntes. (WTF???, todavia no aprendía la lección y seguía mintiendo)
- Y... ¿venía manejando un hombre o una mujer?
- ...mmm, no sé, a lo mejor era hombre, al o mejor mujer, tenía el pelo largo, pero ya ve usted que en estos dias ya no se sabe. (Osea, neta, ¿Qué pedo conmigo?)
A casí diez años de distancia del incidente, además de seguir cagandome de la risa al recordarlo, sigo sin aprender que, a pesar de ser divertidísimo, mentir es malo para la salud.